Hace treinta años que nos vinimos a vivir aquí. Éramos unos crios. Si sí, todos. El era aún más joven que nosotros ahora. Sin dudarlo, cogió maletas y aceptó esa llamada del suegro. “Nos vamos a vivir a Bigues” nos dijeron. “Cuando?” pregunté inocente. “Mañana”. Era un suegro-padre-abuelo intenso, carismático, fuerte de todo, serio y especialmente duro con la familia. Aunque afortunada y contradictoriamente con un sentido de humor tan sabio e intelegente que conseguir un hueco en la mesa era un lujo. Siempre rodeado de escritores, poetas, pintores, cantautores, emprendedores, creadores de cosas,… esa era nuestra vida. Nuestra infancia. Si querías conservar el sitio en la mesa debías guardar silencio, aguantar pipí, y sobretodo hablar sólo si te daban la palabra. Era esa época en que el protagonismo venía de arriba. No como ahora que los niños ocupan el sitio central de la mesa y son las estrellas del rock. En mi época no era así. Nos sentábamos por edades. A lo largo de esos 30 años poco a poco fui acercándome cada vez más Venían más primos, yo soy la mayor de todos ellos aunque siempre fui la pequeña de las tías, esa es nuestra familia. La familia de Can Ribas. Aquí hemos vivido mucho. Con todo lo que es vivir. Llorar y reír a partes iguales. Sufrir y disfrutar. Amamos esta casa por encima de todas las cosas. Porque esto es más que una masía para bodas, es un hogar. Nuestra vida. Convertido en tu hogar. Tus recuerdos. Y el lugar donde se cumplen sueños.